“En el año 81 me veían mal los vecinos preparados por Sendero Luminoso. Estaba programado para que me fusilen. Mi sobrino me dijo que deje el pueblo y volví a Lima. Es injusto que se vincule a las tablas de Sarhua con el terrorismo”, subraya con serenidad.
Su primer sueño era conocer Cusco. Luego imaginaba caminar por el centro del arte en Berlín. Los dos primeros ya los cumplió. Y hace unos días logró su tercer propósito en la vida: que las tablas de Sarhua sean declaradas Patrimonio Cultural de la Nación. “Cuando fui parte de la primera exposición de las tablas de Sarhua en Lima, en el año 75, mi comunidad ni aparecía en el mapa del Perú”, recuerda Primitivo Evanán Poma, artesano ayacuchano, presidente de la Asociación de Artistas Populares de Sarhua y uno de los mayores impulsores de esta hermosa tradición. Llegamos a su tienda de Miraflores. Viste con ropa de trabajo, pero lleva un sombrero de Sarhua, hecho de lana de oveja y alpaca, bordado a mano, como para no olvidar que ahora sueña con el progreso de la comunidad y con recuperar su sabiduría.
¿Es cierto que a los 14 años se fugó de casa y se vino a Lima?
Sí (risas). Como todo adolescente, quería ser alguien. Quería ser sacerdote. Mi vecino era un cura y vivía bien, en abundancia, tenía todo. Entonces, mi mamá solicitó al párroco local para que me asesore. Me hicieron una pequeña prueba y el sacerdote dijo: “Este chico es bueno, debes apoyarlo”. Y yo feliz. Pero tenía que pagar unos 400 soles mensuales durante ocho años para ser sacerdote. En la madrugada, mis padres se pusieron a conversar y me desperté. Mi mamá pensaba vender las vaquitas, pero mi papá se negó. “Es imposible, menos para este mocoso enfermizo”, dijo él. Me levanté para orinar, me puse mi poncho y agarré una platita que tenía por un concurso de literatura y matemática que gané en el colegio, y salí de mi casa.
¿Fue tanta la decepción?
Me resentí mucho y me fui. Yo sabía que un paisano iba a Lima y lo busqué. Al principio se negó, pero le dije que tenía plata y todos mis papeles en orden. Finalmente, aceptó. Me vine a Lima por Huancayo. Casi una semana duró el viaje (risas). Era 1960.
¿Cómo lo recibió la ciudad?
Llegamos a La Parada y un zambo me robó. Encima, la persona que me llevó me pidió plata prestada, pero se fue y no volvió. Entonces, me quedé en la agencia y en la noche me botaron. Tuve que dormir en la calle, en medio de la pestilencia. Me iba a regresar, hasta que conocí a otro paisano. Me invitó desayuno, me llevó a Barranco. Estuve una semana ayudando en los quehaceres. Hasta que me llevaron donde mi hermano, que trabajaba en el colegio San Silvestre. Y me quedé en Lima.
¿Quería seguir siendo cura?
Ya no. Terminé secundaria, me dediqué a diferentes ocupaciones y logré trabajar en el colegio. Postulé a la Villarreal para Derecho. No ingresé. Fui a la Garcilaso y entré, pero solo pude estar hasta el tercer ciclo. Pasé a Educación, luego a Administración, pero me enfermé y dejé los estudios.
¿Y cómo se dio su conexión con las tablas de Sarhua?
Cuando era niño, veía cómo hacían las tablas. Solo observaba porque en ese tiempo ni los niños ni las mujeres podían pintar. Pero sí ayudaba a los pintores mayores que iban a mi casa. Nunca pinté hasta que, una vez en Lima, cuando ya trabajaba en el colegio, me contactó el antropólogo Salvador Palomino Flores, quien había preparado su tesis sobre Sarhua. Vino un 24 de junio para motivarme a hacer tablas de Sarhua. Me dijo que con eso podía tener mi taller, viajar, trabajar. No le hice caso. Pasó el tiempo y recordé ese consejo. En 1973, hice mi primera tabla. Víctor Yucra me enseñó.
Y en 1975 protagonizó la primera muestra de tablas de Sarhua en Lima. ¿Cómo así?
Pasó el tiempo y me encontré con el antropólogo Víctor Cárdenas Navarro. Él me puso en contacto con la galería Huamanqaqa, con el señor Raúl Apesteguía. Esa primera exposición asombró a los limeños. Incluso, la carta de presentación la hizo el historiador Pablo Macera. Exhibí 12 piezas.
¿Cómo vivió ese momento?
No valoraba lo que tenía. Yo estaba por obediente al antropólogo. Luego, incluso, hasta me ofrecieron un cheque en blanco por mis obras. Pero se lo conté al dueño de la galería, se amargó y él compró todo. Con mi socio decidimos volver a nuestra tierra y, con una parte del dinero, llevar ayuda. Aunque años más tarde me botaron del colegio por sindicalista. Para mí, fue el fin del mundo porque tenía 14 años ahí. Pero en buena hora que me sacaron porque si no, sería un don nadie. Hoy tengo la oportunidad de irme a Europa.
¿Qué se narra en una tabla de Sarhua?
Lo tradicional es pintar a la pareja que construye su casa, sus padres, los suegros, los parientes y los amigos de la familia. Luego a los bufones, que alegran, hacen chistes, cantan. Finalmente, al sol, el que da vida a la comunidad. Se pinta eso como reconocimiento y consolidación de la vida familiar, del ayllu. Por ejemplo, tú eres mi compadre y construyes tu casa; entonces, yo te regalo una tabla pintada de tu familia y luego haces lo mismo cuando me toque a mí. Es una costumbre, un acto de reciprocidad.
En algún momento se dijo erróneamente que era apología del terrorismo. Sin embargo, usted ha sido víctima de Sendero Luminoso.
Fui a Cusco y contacté con la ONG Oxfam Inglaterra. Inauguré una empresa comunal con bombos y platillos para mejorar la vida en Sarhua. El año 81 creció Sendero. Me veían mal los vecinos preparados por SL. Estaba programado para que me fusilen. Mi sobrino me dijo que deje el pueblo y volví a Lima, donde tenía mi taller en Chorrillos. Es injusto que se vincule a las tablas de Sarhua con el terrorismo. Soy heredero de la cultura de los chancas.
¿Por qué debemos prestar mayor atención a la cultura Sarhua?
Es la única comunidad en el mundo que tiene esa tabla. Y porque la tabla de Sarhua es Patrimonio Cultural de la Nación. No fue fácil esta declaración. Medio siglo de vida entregado a ello. Ahora el reto es preparar a Sarhua para el turismo y retomar el arte y la cultura de la comunidad, recuperar su sabiduría, porque la reciprocidad es vida, es felicidad.
Autoficha:
– “Nací en la comunidad de Sarhua, en Ayacucho. Tengo 75 años de edad. Somos cinco hermanos, pero dos fallecieron y quedamos tres. Yo soy el menor. Pero yo no me siento viejo, tengo ganas de hacer más cosas. Con la declaratoria de patrimonio de las tablas, se abre otro mundo para nosotros”.
– “Tengo cuatro hijas, pero la mayor falleció. Además, tengo una nieta y un nieto que nació en Chile. Casi soy ‘chancletero’ (risas). Mi esposa falleció hace 10 años. En Sarhua cuando te casas, solo la muerte te separa. No sé qué sería de mí si hubiera sido sacerdote, como pretendía”.
– “Por las tablas de Sarhua he ido a Alemania, Dinamarca, Argentina y a Chile, adonde voy a cada rato, como si fuera a Ayacucho (risas). Es que en Calama, por Navidad, los mineros compran nuestras obras.
Fuente: Peru21